Enraizado en las bases del sentido dado a mis creaciones como artista, paso a dar libertad de expresión a la necesidad de conocer parte de mi historia, una de las más importantes ¿Cómo se conocieron mis abuelos? La respuesta a ese punto inicial de dónde vengo y dónde viene mi familia: los Delgado Pazos. Así, tras una larga conversación con mi abuela Emilia obtuve los datos más importantes para crear con ellos un cuento de la vida real: el nacimiento del amor entre mis abuelos y como su historia hoy es mi historia como familia. He hecho el esfuerzo de reconstruir las memorias que configuran un amor imposible hecho posible gracias a la perseverancia de mi abuelo y con el respeto que merece su descanso en paz, me he apropiado de su voz para que éste escrito pueda leerse en primera persona y hacerlo más cercano para quien lo lea. Totalmente dedicado a mi familia.
Luego, he creado una pieza de arte tras una nueva apuesta por la composición abstracta de forma y color con sentido, otra manera de contar historia. Este es un regalo para mi abuela Mila en los próximos 90 años que hará este julio y es un regalo de Navidad para ella misma, mi mamá, mis tíos, mis tías, mis hermanas, mis primos y mis primas, todos Delgado Pazos. Espero den valor a esta historia y sea un pequeño granito de unión que en la distancia pongo en nuestra tierrita y en el amor que tengo por todas y todos ustedes. Feliz Navidad 2020 y desde Barcelona, mi corazón, ahí. Los amo. David.
Augusto y Emilia, una historia de amor llamada familia Delgado Pazos.
Amé a Emilia. Fue mi novia, mi esposa, mi amiga, mi confidente, mi alcahueta, mi aguantatodo… La madre de mis hijos y quien arriesgó todo por mi, y la que hoy es nuestra familia: los Delgado Pazos. Mi nombre es Augusto Delgado y esta es mi historia de amor; el desenlace de un amor de esos que ya casi no hay; el nuestro: el de Emilia y Augusto.
Por allá en los años 50s en la ciudad de San Juan de Pasto, había un barrio llamado el 20 de julio. Yo vivía en una avenida cerca al batallón, más allá del mismo barrio en el que un día encontraría a Emilia Pazos Pantoja. Sólo cuatro cuadras me separaban de la mujer más hermosa de toda la ciudad, metería mis manos al fuego mientras lo aseguro. ¿Quién pensaría que un día mis nietos le dirían La Mamamina y a mí El Papagusto?
Emilia era una mujercita de clase alta, o bueno, seguro mucho más alta que la mía. Aunque ella nació en Pasto, su abuelo, el General Genaro Pantoja, casado con Lidia Salas, quien lideró parte de las batallas en la guerra de los mil días de Colombia, fue el fundador de Linares, hoy un pueblito nariñense al nor-occidente de Pasto. Sus padres, Saturia Pantoja de Pazos, nacida en Linares, propia de las Pantoja de Linares y Manuel Pazos Calderón, nacido en Madrid, España, eran liberales y para la época declararse así en este pueblo, representaba un peligro. Por ello tuvieron que salir de ahí, precisamente por la guerra entre liberales y conservadores. Emilia un día me contó que los domingos, día de feria, las chicas llevaban puestos vestidos de color dependiendo el partido político al que pertenecieran. A ella y a sus amigas les tocaba usar vestido azul, si salían de rojo, como se hacía en la época, literalmente les echaban los caballos. Jumm… ¡Creo que el rojo le quería mejor! Con su piel blanca porcelana ¡se vería preciosa!
El padre de Emilia había nacido en Madrid, pero muy joven llegaría a Linares por recomendación de la Familia Calderón de España, intima aliada de la familia Pantoja. Los Pantoja y los Calderón pertenecían a la clase social más alta del pueblo. Cuando Emilia iba junto con sus hermanas de visita a Linares, a temperar para celebrar el 20 de julio, casualmente el día de su cumpleaños, los sirvientes del Exgeneral salían a recibirlas en caballería a Llano Grande. Los Pantoja, tenían casa en el pueblo, casa en los Guaduales, casa en el bosque, allá en el Hastaron y una casa llamada De Ese Lado. El administrador de una de las fincas de la familia, el señor Peñafiel, tenía una lorita, quien cada verano al verlas decía – ve las Pantoja, ve las Pantoja -. Cómo sería la fama de Emilia y sus hermanas Aura Marina y Cecilia, las tres bonitas y elegantes, quienes marcaban la tendencia de costura y moda del pueblo. A la semana de haber llegado a Linares, muchas señoritas del pueblo vestían como ellas, parecía que se fijaban hasta en los botones de su ropa.
Ya en Pasto, gracias a la tradición costurera que venía desde su abuela, la señora Miriam Salas de Pantoja, su madre (digamos mi suegra) se convertiría en una modista reconocida en la ciudad. Modistas famosas al punto que sus creaciones se exhibían en las vitrinas de la Singer. La señora Miriam se había convertido en profesora de costura para esta fábrica. El vestido de la primera comunión de Emilia, que era azul con margaritas blancas a la cintura, fue exhibido en la misma. Emilia aprendió a coser mirando como lo hacia su madre. Recuerda bien el trazo de las tizas sobre las telas, aquellos trazos que medianamente podía ver apoyada de puntillas sobre la mesa al no alcanzar la altura de la misma. Desde niñita, muy curiosa aprendió a coser, y aprendió muy bien.
Más adelante mi amada esposa sería la mamá modista más creativa de todas y les haría de vestir a nuestras hijas e hijos. Un día Emilia para saber hacer unos pantalones, desbarató un pantalón comprado, deshizo toda la pretina y así aprendió a hacerlos, como los de marca. Los niños adoraban la ropa que la mamá les hacía. Como olvidar la chaqueta de Jean de Edgar, la chaqueta de pana acanalada color canela de Jairo o los vestiditos blancos de la Nena. Ayy… Los niños, hasta antes de irme fueron “los niños” para mí.
Emilia fue la última hija de Saturia y Manuel tras una familia de ya 9 hijos. Cuando ella nació, su madre había quedado muy delicada y por esto sus tías Clemencia y Teomila se hicieron cargo de su cuidado e inicial crianza. La criaron a punta de tetero a la pobrecita. Eso sí, fue muy consentida y las dos siempre velaron por lo mejor para ella. Su madre intentó recuperarla de los brazos de sus hermanas cuando Emilia tenía tres años, pero para entonces sus tías se habían convertido en sus madres, y no permitieron que la niña les fuese arrebatada. Se habían también enamorado de mi Emilia.
Cuando yo llegué a su vida, yo sólo era el muchacho de mal carácter, un cualquiera con quien ella no se podía meter. Ellas se fijaban mucho en el estrato y la condición social, y ese fue siempre el condicionante de nuestro inicial, amor imposible. Sus tías siempre le advirtieron de mí, figuré como un hombre celoso. Un día su tía Clementina le dijo –Con ese hombre vas a sufrir, aquí te lo decimos, un día te acordarás de nosotras-. Ojalá pudiera regresar el tiempo para evitar esas palabras. Ojalá tuviéramos la oportunidad de vivir dos veces para hacer mejor lo que no supimos hacer bien a la primera. Mi amada Emilia, te juro que te cuidaría más y haría todo porque esas palabras de tus tías hubiesen sido mera envidia efímera y vaga prevención maternal. Te juro que siento haberte hecho sufrir tanto, como bien tus tías pudieron verlo. Por favor, perdóname.
Mi amor con Emilia se convertiría en una guerra familiar. Doña Clemencia y Doña Teomila hicieron hasta lo imposible por separarnos. La cosa fue tan en serio que la enviaron a Bogotá a vivir con su hermano Rene, todo para alejarla de mí. Pero yo como era más terco que una mula, me fui a buscarla a ese monstruo de ciudad. Imagínense lo que era viajar de Pasto a Bogotá en esa época, ese viajecito me costó lo que no saben.
Todo comenzó una mañana de esas ricas y soleadas pastusas. No superaba los 20 años de edad, jugaba con unos amigos ahí en el 20 de Julio, como era habitual con el grupo que teníamos. Lo que nunca pensé, fue que Emilia y una de sus amigas, Carmela, me estarían mirando desde sus portones. La mamá de su amiga estaba enferma, entonces no podían hablar en su casa. Emilia estaba esperándola en su jardín; cuando su amiga salió, le dijo –Ve ese muchacho, parece un mono, un mico, si lo vieras, salta y brinca, no se está un rato quieto, nooooo pero que inquieto, si lo vieras-. Ambas se rieron a carcajadas y yo me di cuenta de ello. Aunque ellas no lo sabían, yo también ya le había echado ojo, claramente, ese ojo direccionaba hacia Emilia. Así cuando ella se entró a su casa, supe donde vivía. Ese mico era yo y esas miraditas, serían las primeras de muchas que nos daríamos.
Emilia era una jovencita preciosa, sus rasgos eran finos y delicados, diferentes a los míos y los de mi familia e incluso amigos, quienes sin duda alguna tenemos una herencia indígena y negra riquísima. Emilia era como de porcelana; blanca, con cabello castaño un poco ondulado, una boquita pequeña como una fresita y siempre vestía muy bien. Me enamoré. Sí, a primera vista, esas cosas antes pasaban y como sabía que me había visto con atención, supuse que no le había sido del todo indiferente.
Al otro día, fui hasta su casa, a verla, esperar verla al salir. Me quedé en la esquina fijándome en la puerta de esa casota. Esperé más de una hora, mientras pensaba que piropo echarle cuando saliera. Así conquistábamos en ese tiempo. De repente Emilia salió, pero no por su puerta, lo hizo por su balcón. Cuando la vi, ¿fue como cuando ves a una virgen rodeada de luz y la ves tan lejos que quisieras volar hacia ella? Emilia era más que hermosa. Así me acerqué a su balcón, le chiflé y le pregunté – ¿Quién pudiera volar? -. Soltó en carcajadas y supe que mi piropo había causado el efecto que yo quería.
Ese día inicié mi plan de conquista y así fui a esperarla fuera de su casa una y otra y otra y otra vez. Cuando salía, le decía más cosas, mas piropos, sabia que le gustaban y como ella me miraba, sabía que yo le gustaba. No era para más. No es por nada mis queridas nietas y nietos, pero yo estaba buenísimo, ¿cómo dirían ahora no? Siempre me gustó ejercitarme, fui boxeador desde adolescente, me gustaba el boxeo y la lucha Libre, era un joven alto, ágil, un morenazo diría mi Nena; y tenía una mirada que bien supe como aprovechar; yo tenía una de esas miradas que se dicen: matadoras. Me río desde mi descanso, pero es verdad.
Recuerdo un día que estaba en una de esas luchas de boxeo que hacíamos con máscaras, iba perdiendo. Yo no sabía que Emilia estaba mirando la contienda y ella tampoco sabía que uno de los luchadores era yo. Antes de quitarme la máscara un amigo me gritó – No te dejes, no te dejes, hacelo por milita, ella está aquí – Y bueno, que mayor impulso que ese para levantarme y acabar ganando. Al final de la lucha, me quité la máscara y Emilia me reconoció. Creo que ese día Emilia empezó a quererme más, o bueno a gustarle más. A mis dos hijos siempre les dije – Un hombre debe cultivar una espalda ancha y unos brazos musculosos, porque las mujeres se fijan en eso -. Por eso les compraba accesorios y libros de karate y judo. No estoy decepcionado que ninguno haya seguido “mi ejemplo”, los dos, Edgar y Jairo fueron y sé que son buenos hijos y mejores padres que yo. Pese a lo exigente que fui con los dos barones de la casa, los amé mucho y si fui duro con ellos, fue porque a mí me criaron así, no supe hacerlo de otra forma.
Sigo con la historia. Recuerdo perfectamente aquel día en el cual Emilia y yo nos hicimos novios. Me tocó perseguirla diciéndole cosas lindas, piropos y más piropos. Hoy eso sería acoso, pero en mi época, a los jóvenes, era lo que nos tocaba hacer si queríamos conquistar a alguien. La seguí por mucho tiempo y ella cansada me dijo – Ay ya deje de molestar, deje de perseguirme -. Le pedí que habláramos y fue cuando le confesé que estaba enamorado de ella y le pedí que fuéramos novios. Dudó. Me miró. Me dijo que sí. Me derretí por dentro. La besé y supe que Emilia sería la madre de mis hijos: el milko, Jairo, la nena, la chiquiz y Constanza.
Ese día jamás pensé que conformar mi familia con ella me costaría tanto. La guerra entre su familia y mis expectativas amorosas, fue tremenda. Al principio de la relación, intentaron separarnos por las buenas, le decían muchas cosas malas de mí: que yo era un cualquiera, que iba a sufrir conmigo, que se notaba mi mal carácter, me pidieron muchas veces que no la esperara más fuera de su casa, que me fuera, que la dejara en paz y me advirtieron que, de no hacerlo, se la llevarían de Pasto para así alejarla de mí.
Fue entonces cuando ellas hablaron con su sobrino Rene, uno de los hermanos de Emilia que vivía en Bogotá. Le pidieron que la recibiera por un tiempo, mientras se le quitaba la bobada por mí. Así fue como tras un vuelo de Avianca, ahí en Chachagüí, Emilia me fue arrebatada. Sus tías me habían herido en lo más profundo de mi alma. Mi corazón estaba roto en mil pedazos y así se los hice saber un día a las dos. Claramente no les importaba lo que yo pudiera estar sintiendo, pero su pormenorización hacía mí, les salió por la culata cuando dijeron que la habían enviado a la capital, a ese lugar donde un muchacho como yo, jamás podría llegar. Me río, porque sí, yo era pobre, pero era trabajador y perseverante. –Teeeeeeeeerco- diría mi Emilia.
Les conté a mis amigos todo lo que había pasado y les dije que iría a buscarla. Uno de los muchachos me dijo – yo tengo un conocido que trabaja con madera para barcos en Bogotá, él te puede dar trabajo allá -. Así, invertí lo que tenía para comprarme un pasaje hasta la capital. Me fui a Bogotá, supuestamente a trabajar, pero no, yo lo único que quería era buscarla. Sabía que la encontraría.
– Lo que es el destino o ¿qué será? – le dijo Emilia un día a mi nieto David mientras él se encargaba de descubrir esta historia de amor. Y sí, yo respondo sí, fue el destino. Un día mientras caminaba por calles de Bogotá, mientras pensaba desorientado – ¿cómo encuentro a Emilia en esta inmensidad? -, me quedé congelado cuando reconocí a Rene. No podía creerlo, era el hermano de Emilia y sabía que él me llevaría hacia ella. Me acerqué casualmente hacia donde él estaba, como quien dice – Ohhh que casualidad -, que va, yo todo lo tenía calculado.
Cuando Rene me miró, me dijo –Augusto, ¡Y este milagro! ¿usted qué hace acá? – y yo sin pensarlo le dije – Estoy buscando a Emilia -. Rene se río de mi y me dijo – Ohhhhhh vea, pues de aquí a media cuadra, vivimos –. Yo no le creí. Y para creerle me dijo – Vení te llevo para que charlen -. Me reencontré con Emilia. La amé más al verla nuevamente. Le hice saber que no podía vivir sin ella, lo único que quería era pasar el resto de mis días a su lado. Emilia sonrió y me dijo una vez más – Usted sí que es terco ¿no? -.
La alegría nos duró muy poco. Al día volví a la casa de Rene, me confesó que las tías de Emilia la habían devuelto en avión a Pasto. Ese mismo fin de semana yo también regresé.
De nuevo en Pasto, Emilia estaba contando a sus sobrinos sobre su viaje a Bogotá, claramente las tías estaban con ella. Para su desgracia esa noche, como era habitual, chiflé desde la calle llamando a Emilia, era lo que usábamos para no tener que entrar a su jardín y tocar su puerta. Doña Clemencia y Doña Teomila se quedaron mirando entre ellas y con su mirada lo dijeron todo, una mirada que Emilia no olvidaría jamás. Una de ellas le dijo a Emilia – mañana mismo te vuelves a Bogotá – a lo que ella respondió – Ahhh, yo no soy muñeco para que estén mandando de un lado para otro como ustedes quieran -. Esa fue la única vez en la vida que Emilia les respondió a sus tías, ella era una niña de bien y las niñas de bien jamás respondían a sus criadoras, pero estaba tan cansada que no soportó verse como una mandada eternamente. Emilia ese día no pudo salir a verme, pero yo volví una y otra vez, nuevamente y nuevamente.
Sus tías así entendieron de una vez por todas que la guerra que me habían declarado, la perdían y que no iban a poder separarnos. Fuimos novios durante dos años a punta de señas y recados, visitas de balcón y calle en secreto; como mucho, cogidas de mano de portón a escondidas. Todo, porque sus tías siempre estuvieron en contra de nuestro amor. Pero después de su ultimo intento, no pudieron volver a separarnos, se convencieron de que estábamos enamorados. Emilia me contó que un día su hermano Eduardo que vivía en Bogotá recibió una última llamada de las tías quejándose de nosotros, claramente queriendo que él intercediera para separarnos. Eduardo les respondió –Ya déjenla tranquila, no la molesten más, entre más se lo prohíban, ella más ganas tendrá de estar con él, sólo por llevarles la contraría a ustedes-. Ese fue el último dardo que ellas tiraron en nuestra contra. Después de esto, todo se fue dando; todo se fue dando.
Hasta el día que Emilia y yo, nos casamos. Las tías me terminaron aceptando. A Emilia la querían muchísimo en mi casa y como no, si ella era una mujer buena, dedicada y luego buena madre. Mi madre un día me dijo – baboso, jetón, respeta a Emilia, que más quieres vos de la vida con una mujer tan buena como esta -. La relación con las tías mejoró después que empezaran a llegar los hijos, sus sobrinos, casi nietos. Se volvieron locas cuando llegó Edgar. Emilia perdió todos los beneficios de comodidad que tenía con su familia, Los Pantoja. Lo hizo por amor y claramente por liberarse del extremo control de sus tías. En esta época la única manera de dejar ir a una hija era estando casada. Cuando se lo propuse a Emilia para poder vivir más tranquilos y libremente lo que sentíamos, no lo dudó ni un solo segundo.
Así, nos casamos. Yo después conseguiría un buen empleo para que ella pudiera dedicarse al cuidado de la casa y quienes serian nuestros hijos. Trabajé toda mi vida para el Banco Popular de Pasto. Todo se fue dando, todo se fue dando.
Este amor no es sólo nuestro, el de Emilia y el de Augusto. Este amor hoy les pertenece a quienes luego fueron mis hijas y mis hijos, el ramillete, como les dice hoy su madre y por quienes todos los días agradece a Dios. Así, un amor que ha trascendido a mis nietas y a mis nietos.
Las bases de esta historia de amor hoy se fundan en la base de la historia de Edgar, Jairo, Anabell, Ana María y Constanza, de Melanny, Melissa, David, Mauricio, Angélica, Juan Esteban, Carolina, Daniela, Daniel Felipe y Juan Alejandro. Una historia que data a los años 50 y hoy finalizando el 2020 he querido dejar en conocimiento a mi familia, nosotros los Delgado Pazos para que conozcan como nacimos y de dónde venimos. Todo también, a propósito del próximo 20 de julio de 2021 que mi Emilia hará 90 años.
En definitiva, lo mejor de mi amor con Emilia son todas ellas y todos ellos, quienes espero valoren y reconozcan con aprecio esta historia que ahora les pertenece, define parte de su identidad y me gustaría que conserven como memorias para contar y re-contar a quien un día les pregunte: – ¿Cómo se conocieron tus padres? o ¿cómo se conocieron tus abuelos? –
Yo ya no estoy para amarles y abrazarles como realmente merecían, pero mi amada Emilia, quien desde el nacimiento de Melanny, nuestra primera nieta, se convirtió en Mamamina, Mamamila y luego Mina, Minis, Milis, Milita; sí está y gracias a ella hoy esta historia puede ser contada para quedarse grabada eternamente en nuestro corazón.
Desde el afortunado cielo, junto a la nenita de la nenita y Juan Alejandro, les envío mi bendición a todas y todos. Les deseo una feliz navidad y con mis fuertes brazos, los aplaudo y les doy gracias por procurar nuestra unión y dar valor a la familia que tenemos… – cuantas caras, cuantas caras -.
Los amo. Augusto Delgado Ramos en la voz de mi nieto David Velasco Delgado.
Desde Barcelona, diciembre 24 de 2020.

Circulo vino tinto: AUGUSTO. Circulo Amarillo: EMILIA. Triángulos negros: LAS TÍAS. Cuadrados verdes: LOS PANTOJA, MADRE, DOS HERMANAS, DOS HERMANOS. Circulo naranja: LOS HIJOS. Circulo rojo: LOS NIETOS. Formas gris oscuro: PASTO Y LINARES. Forma gris claro: BOGOTÁ. Formas fucsia: LOS PIROPOS, LA TERQUEDAD, LA PERSEVERANCIA, LA CONQUISTA. Líneas café: LA LUCHA, LA GUERRA. Formas azules: EL MOVIMIENTO, EL VIAJE, LOS AVIONES.